Daniel y yo compartíamos bus de regreso a casa después del colegio. Yo hacía lo posible por no hablarle, no voy a negarlo, pero una tarde no pude evitar preguntarle sobre el catálogo de bajos eléctricos que le veía en la mano todos los días; terminamos hablando por un buen rato sobre música y más música.
Pocas semanas después los dos estábamos jameando e intercambiando ideas musicales en el garaje de su casa, a 350 metros de la mía. Aquellas reuniones a ratos eran productivas, a ratos no, pero de las sesiones efectivas nos salían ideas que más tarde tocaríamos en tantos actos cívicos que un profesor llegó a llamarnos “el trapito de dominguear” para cuando necesitaban incluir algún número cultural en medio de actos protocolarios.
Principalmente tocábamos temas instrumentales de corta duración y con estructuras poco definidas pero nos parecían graciosos y ya con eso los sentíamos como apropiados para tocar en público.
En quinto año tocábamos música celta… digamos.
Otras veces tocamos con otros compañeros de la generación e intercambiábamos instrumentos de canción en canción solo porque en total éramos como seis guitarristas.
De aquellas experiencias la más memorable fue la ocasión en la que, como sexteto, cantamos Hotel California frente a todo el colegio. Yo recuerdo que alguna gente se reía de nosotros, y es que no era la versión más dignificante, especialmente por la cantada… pero no íbamos a parar; no nos quedaba otra opción que seguir. Aquella vez cuando cerramos con el último compás por una puerta lateral del gimnasio ingresó un grupo de charros cantando la pegajosa tonada El mariachi loco. Hasta ahí llegamos.
Aquí grabábamos todo lo que hacíamos y la grabadora todavía sirve 🙂
Mientras tanto Symbiosis ya estaba en sus últimos días y a la vez Daniel tocaba de vez en cuando con un par de bandas de corta duración de miembros de dos generaciones arriba de la nuestra. Sin embargo cuando Juan Carlos y yo nos quedamos sin grupo se abrieron las puertas para que, junto a él, hiciéramos algo más en serio.
De verdad que lo intentamos: quisimos tocar power metal, hard rock, rock alternativo, grunge y hasta algo así como “comedy rock”. Durante aquel tiempo nunca logramos coincidir en gustos e intereses, por lo que ninguna de las ideas fructificó formalmente y no avanzamos más allá de tocar esporádicamente en el colegio y cantar juntos en el coro.
Sin embargo sí alcanzamos a grabar unas de las breves ideas que se venían a nuestra cabeza. Los audios que acompañan a este texto son una pequeña muestra del material que tocamos en vivo si acaso una única vez.
Llegar a concretar la idea de hacer algo que terminó siendo Foffo Goddy no fue tan rápido ni sencillo, pero de eso escribiré en la tercera y última parte de esta historia. No se pierda el final de: La prepago contra el capo, ni tampoco de este asunto que nunca será llevado a la pantalla grande.
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