Bob Dylan está en pleno Palacio de los Deportes. ¡Claro que sí! Ahí no más de la casa del Team florense, a un kilómetro de El Fortín y a poco más del Paseo de las Flores. Es 5 de mayo y sus fans ticos no pueden creer lo que tienen frente a sus ojos. ¡El hombre es leyenda viva! El hombre es LA leyenda.
Aquel día nosotros tampoco podíamos creer que nos hubieran elegido para abrirle a semejante ente musical. Pero una vez que llegó el momento de darle, no tuvimos más remedio que aceptar que aquello no solo era verídico, sino que también era cierto.
En el fondo, muy en el fondo, de nuestras desmirreadas figuras teníamos la esperanza de conocer a aquel hombre tras bastidores. No sabíamos qué le íbamos a decir, no teníamos preparado ningún discurso y no le teníamos ningún regalito criollo, como una pequeña carreta tallada en madera o una bolsita de Guayabitas ni Tricopilias… En resumen, si llegábamos a toparnos a Dylan frente a frente, no hubiéramos sabido qué hacer (además de emocionarnos, claro está).
A pesar del combo de emoción y fe, ya nos habían advertido que conocer a aquel hombre era prácticamente imposible. De hecho, una buena fuente nos había asegurado que él era inaccesible, y prácticamente invisible. Aquello sonó consecuente con el momento en el que su staff ordenó que todos los presentes abandonaran el Palacio de los Deportes para la prueba de sonido.
Guardas, conserjes, técnicos y curiosos tuvieron que dejar las instalaciones, mientras que a nosotros nos hicieron jurar y perjurar que no abandonaríamos el camerino mientras la banda de Dylan probaba todo en tarima.
Hicimos caso… ni que fuéramos tan, tan tontos. Probaron, bajo, guitarras, teclado, batería, percusión y… “¿dónde está Bob Dylan?”, nos preguntamos. Nunca lo escuchamos ni chistar. Estamos seguros que Bob Dylan no estuvo ahí para la prueba de sonido.
Tampoco supimos nunca dónde estaba el camerino del grupo estrella de la noche, pues ni estaba en nuestro rango visual, ni supimos cómo se llegaba a él. Lo que sí sabemos es que, conforme se acercaba nuestra hora de subir a tarima, se deshacía nuestra fe en conocer a don señor.
Y es que, ¿quién no querría obtener una evidencia fotográfica de haber estado en la misma tarima que semejante figura musical? Obtener una foto con él hubiera ameritado un digno espacio en la pared de la sala, junto al trofeo de fútbol de la escuela y el paño con el diseño de billete de ¢5.000.
También soñamos con haberle dado la mano u haberle insistido en que dijera “pura vida Costa Rica» y se pusiera la camisa de la ‘Sele’. Pero no, no hubo oportunidad de hacer nada de eso.
Nosotros tocamos durante nuestra media hora cronometrada; luego salimos sonrientes, alegres y orgullosos de la tarea que acabábamos de hacer y caminamos al camerino, suspirando por la tarea recién hecha. Pero, después de unos segundos de nuevo nos preguntamos “¿dónde está Bob Dylan?”. Nunca lo supimos, hasta que lo vimos ahí encaramado, haciendo de las suyas con su banda de lujo.
Su show fue una joyita y la gente lo vitoreó. De eso hay pruebas; nosotros fuimos parte de los que lo miraron boquiabiertos, de nuevo dudando si aquello realmente estaba sucediendo.
Por si al llegar hasta acá sigue sin saber quién es Bob Dylan…
Comenzó, siguió y se acabó el concierto y, finalmente, le entregamos varias copias de nuestro disco a alguien de la productora Evenpro, que nos prometió que le haría llegar los álbumes a las personas que rodeaban a Dylan desde más cerca. Aquella misma persona -encargada de traer al magnánimo artista- nos comentó que ni él ni sus socios lo habían visto antes de su propio concierto. “Es un tipo muy reservado, no se mete con nadie”, nos dijo. La historia estaba escrita: no conoceríamos a Bob Dylan nunca, ni siquiera aquella noche que lo tuvimos tan cerca.
En efecto. Cuando salimos del Palacio -unos 40 minutos después del show-, había varios fans que esperaban la salida del músico por la parte de atrás del Palacio. “¿Dónde está Bob Dylan?”, preguntaron, a lo que un técnico respondió sin rodeos: “Ah no, ese mae jaló apenas terminó la última canción, ahí ya no queda nadie”.